"Si no fuera un desastre, podríamos decir que es increíble". Con esas palabras, el ecólogo Rafael Marcé intentaba describir la escena ante sus ojos al pisar por primera vez el Mar de Aral. O lo que queda de él. Hace no tanto tiempo, sus aguas reflejaban el cielo del Asia Central. Su interior estaba lleno de diversas formas de vida y las embarcaciones, cargadas de pescado, servían de sustento a las comunidades que habitaban sus riberas. De todo aquello, hoy apenas queda un desierto cubierto por una densa costra de sal. En solo medio siglo, el Mar de Aral ha pasado de ser el cuarto lago más grande del mundo a un paisaje árido, como consecuencia de decisiones humanas.
En la década de 1960, las autoridades soviéticas desviaron los ríos que lo alimentaban para convertir la región en el mayor proveedor de algodón del mundo. La próspera industria textil creció, pero el precio a pagar fue descomunal: el mar interior comenzó a encogerse y la vida en la región se convirtió en un acto de resistencia. La pesca murió asfixiada por la sal y los químicos agrícolas. Muchos de los que vivían de ello abandonaron el territorio, cada vez más hostil, y quienes se quedaron se enfrentan a un aire lleno de polvo tóxico que provoca enfermedades respiratorias, cánceres y problemas renales.
FUENTE: RTVE